José María Beneyto, autor de Las traiciones de Picasso, a propósito del cincuentenario de muerte del artista:

La conmemoración del cincuenta aniversario de la muerte de Picasso el 8 de abril de 2023 nos sitúa ante todo el drama de su obra y de su persona. Sin duda, el artista malagueño es el gran cronista del siglo XX, de sus irresponsabilidades, de su violencia, de su crueldad y destrucción; también de su increíble creatividad y del nacimiento de una nueva realidad. Por eso, aunque este aniversario se está viviendo en el mundo con cierta ambigüedad proyectada sobre los lados más oscuros del genio, en particular, el maltrato y el desprecio a las mujeres, no hay duda de que, en realidad, lo que ocurre es que cada época tiene que negociar con Picasso. Nuestra relación con él, el abanico abundante de interrogantes que plantea, nos hace necesariamente cuestionarnos sobre asuntos fundamentales del arte y la vida humana, como son el sexo, la muerte, la transformación de la realidad por el eros o el carácter “mágico” de la pintura. Que los precios más elevados alcanzados por los cuadros de Picasso en los últimos años se correspondan precisamente con los retratos de Marie-Thérèse Walter o con pinturas como Les femmes d’Algers (versión “O”), que alcanzó la cifra de ciento ochenta millones de dólares en 2015, en los que se hace palpable la mezcla de compasión instantánea y de cierto erotismo sádico que es marca de la casa (John Richardson), a la vez que se le acusa de todo tipo de delitos a lo Harvey Weinstein, no deja de ser un signo de los tiempos.

Muchas de las exposiciones que se están organizando en este año en Estados Unidos y en Europa se concentran, quizás excesivamente, en el machismo y en la misoginia de Picasso. Pero otras muchas cuestiones están siendo dejadas de lado. Por supuesto, ahí está su influencia en todo el arte que ha venido detrás, su rompimiento continuo de la tradición y su permanente recreación, de los clasicismos, en un bucle deconstructivo muy siglo XXI, su radical relación con el poder anticipatorio del arte. Y ahí están temas insuficientemente tratados hasta la fecha, como sus aparentes compromisos y sus oportunismos políticos, su importante contribución a la mercantilización y la comoditización del arte, su “mística negativa”, con su rechazo y al mismo tiempo su búsqueda desesperada de lo sagrado, algo que sus interpretaciones de La Crucifixión, de Matthias Grünewald (tan decisivas para la concepción del Guernica), ponen por ejemplo de manifiesto.

¿Cabe separar al artista de la obra? ¿Condenar al uno y exaltar, por su carácter proteico y prodigioso, a la otra? Difícil, desde luego,  en un creador que quiso hacer explícitamente de sus cuadros una narrativa autobiográfica. Picasso seguirá fascinándonos, inquietándonos, haciendo que nos removamos llenos de ternura o de furia, planteando interrogantes. Ambigüedad y verdad, todo está presente en Picasso. Y por eso no podemos escapar fácilmente de él. Ni siquiera con el recurso fácil que supone acusarlo de depredador sexual y machista. Picasso es eso, pero sin duda también muchísimo más.

Algo de ese carácter luciferino es lo que he intentado capturar con mi novela Las traiciones de Picasso, publicada por la editorial Turner.

José María Beneyto.

 

Imagen: Pablo Picasso, La musa, 1935.